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Santo Hermano Pedro

SANTO HERMANO PEDRO DE SAN JOSÉ BETANCUR

En el año de 1626, el hogar formado por Amador Betancur y Ana García, es alegrado con la presencia de su primer hijo, Pedro, que es regenerado por las aguas del Bautismo, el mismo día de su nacimiento, 21 de marzo.

Vilaflor, pueblecito de Tenerife, Isla de la Gran Canaria, es la patria de este gigante del amor de Dios y bienhechor de la humanidad. Su niñez la pasó en la pequeña aldea apartada y silenciosa, sometido a un duro trabajo, para colaborar con su padre en el sostenimiento del hogar.

Desde su infancia, Pedro dio pruebas de las más nobles y santas inclinaciones. En él se descubría el gran amor a los misterios de Dios, mostrando gran respeto y fervor en el templo al participar en las ceremonias sagradas. Se cuenta que en su entretenimiento de niño, empleaba el tiempo libre en fabricar pequeñas cruces de madera.

En aquellos tiempos, las leyendas sobre América entusiasmaban a los europeos y les animaban a realizar viajes allende el mar, para descubrir y conquistar nuevas tierras. Pedro escuchaba embelesado las narraciones que se hacían y su corazón empezaba a sentir el deseo de salir de su tierra natal, conocer nuevos lugares y gentes y llevarles el mensaje cristiano.

Realiza un corto viaje y se entrevista con su tía, mujer de Dios y de gran vida espiritual, quien iluminada por el Espíritu Santo le anima con estas palabras: “El servicio de Dios te espera en las Indias. Tu camino, Pedro, no es el de la carne, ni la sangre. Debes salir al encuentro con Dios, como Pedro sobre las aguas. De este viaje a las Indias, se seguirá mayor gloria a Dios, gran provecho a los prójimos y no poco interés para tu misma persona”.

Confortado y animado, toma la determinación de embarcarse para América. Se dispone a partir sin decir adiós a su madre, y le comunica su proyecto en una cariñosa carta que le deja a bordo, embarcándose en un buque que salía para La Habana. Había cumplido 24 años.

Llevado de la mano de Dios, después de vencer muchas dificultades, pero con ánimo resuelto, llegó a Guatemala el 18 de febrero de 1651. Coincidió su llegada con un fuerte temblor de tierra. Inmediatamente empieza su trabajo caritativo. Llevado de su temperamento, sin preocuparse de sí mismo, atento sólo al dolor de sus semejantes, en ferviente plegaria, pedía piedad y misericordia a Dios, para las afligidas gentes. Recorría la ciudad en busca de las víctimas de la tragedia, prestando con abnegación cuantos servicios estaban a su alcance.

Para alcanzar el ideal de ser sacerdote, asume las tareas de obrero y de estudiante a la vez. Pero el estudio se le dificultó hasta el punto que tuvo que abandonarlo y renunció a la carrera del sacerdocio.

Iluminada su mente por la luz del Espíritu, y con la certeza de hacer lo que Dios quería de él, visitaba a diario los hospitales, prodigando cuidados a los enfermos, consolándolos con su palabra cariñosa y dándoles lo poco que poseía. Concibió la idea de organizar un hospital para convalecientes, un lugar piadoso y amable que albergara aquellos enfermos, donde pudieran prepararse a morir tranquilos y quizá, recuperar su salud. Había cumplido 24 años.

Instalado en la ermita del Calvario, después de cumplir con el aseo del Tempo, distribuye el tiempo en actividades diversas que tienden únicamente al servicio del prójimo: visitas a los hospitales, a las cárceles, llegando hasta las minas donde trabajan los negros esclavos; da el catecismo a los niños del barrio; también visita la casa de los ricos pidiéndoles ayuda en dinero y alimentos para aquellos que no los tienen.

En las noches, poco descansa porque se ha propuesto recordar a todos, al compás de la campanilla que “un alma tenemos y si la perdemos no la recobramos”.

Estableció dos obras muy particulares para ayudar al necesitado: el Hospital de Convalecientes y la escuela para niños y niñas. Aunque en su corazón e ingenio cabían muchas otras cosas que practicaba en orden a las diversas obras de misericordia. Al hospital lo denominó “Hospital de Bethlem” en honor al nacimiento de Jesús, misterio que Pedro amaba y celebraba con gran júbilo y regocijo espiritual. Contemplar a Dios hecho Niño indefenso, vacilante, débil, necesitado de todo, lo saca de sí y lo convierte en un pregonero que recorre las calles buscando a quién decirle que Dios le ama, que Dios está cerca, que la salvación está en Belén.

Poco a poco se van agrupando varios Hermanos de la Tercera Orden Franciscana alrededor del Hermano Pedro, que le acompañan y desarrollan con él, la tarea del servicio caritativo en el Hospital. Estos Hermanos, son los primeros compañeros o cofundadores que él bautizó con el nombre de “Bethlemitas”.

El Hermano Pedro, les exigió una vida tan regular, que más parecía vida de religiosos, que de ocupados seglares. Lo que Pedro vivía, también lo vivían sus hermanos. Y así fue cristalizando un modo de vivir en común, un espíritu y una práctica de orar, trabajar, servir y santificarse en comunidad.

El Hermano Pedro muere en Santiago de los Caballeros de Guatemala (hoy Antigua Guatemala) el 25 de abril de 1667. Fue canonizado por S.S. Juan Pablo II el 31 de julio de 2002 en Guatemala.